A cualquiera de los tantos Juanitos que hay en este mundo.
La memoria siempre me traiciona cuando la estrujo para que vuelva sobre las figuras de la gente que ha ido gastando el tiempo; tal vez, en el caso de Juanito, que fue tan cercano a mi amistad, también me lleve por la neblina de las imprecisiones, pero la fuerza de los recuerdos me ayudará a intentar cualquier cosa.
Conocí a Juanito cuando la vida le había consumido todas sus sonrisas y cuando llevaba en la tristeza de los ojos el lastre de sus carencias y pesadumbres; era bien difícil encontrarlo alegre, sus ojeras fueron conseguidas por el exceso de las esperanzas frustradas, amañadas en él durante toda la vida. A propósito de la angustia de sus ojos, debo decir que también eran présbites desde un buen tiempo, esa limitación lo mantenía alejado de los textos de lectura o de cualquier trabajo que demandara alguna habilidad visual.
Los años mancharon su cara, pero las arrugas habían hecho un menor efecto; sobre la boca lució, desde joven, un bocito, que después fue canoso y «chaplinesco» en su forma, que contribuía a consentir una buena parte de su identidad inconfundible. Había perdido la dentadura: de todas las piezas, solo le quedaba un canino ahumado, el inferior derecho, con él daba cuenta contra la encía nudosa de su dieta pobre. Con frecuencia estaba ganándole el humo a un cigarrillo de cualquier marca con la hechura de espirales iguales y perezosas.
En su cabeza turnaba dos sombreros de fieltro; el mejor, el dominguero, acusaba manchas y deformaciones en el ala, que delataban el uso inclemente y prolongado; cualquiera de los dos eran parte integral de su figura.
Dominaba una avaricia total con las palabras: cuando hablaba lo hacía pasito, como tarareándolas, componiendo frases cortas, llenas de simplicidad y lejanas al mínimo compromiso. Acunaba en los silencios la distancia protectora contra sus timideces invencibles.
Aunque era de mediana estatura, en los años últimos se fue achiquitando, aquejado por una dolencia lumbar que lo ladeaba notoriamente. Esto lo conjugaba con una cojera del pie derecho que, con la dificultad para caminar más la necesidad del bordón, hacían que se viera más bajito.
Juanito, resistió en el campo a merced de todos los oficios. Fue jornalero en las fincas de la región y, cuando escaseaban los trabajos donde se alquilaba, quemaba carbón o le robaba a su tierra los musgos, los líquenes o las maderas y los feriaba en el pueblo a menos precio.
Desde cuando la guerrilla mató a su nieto, quien hacía primordiales los afanes de su vivir, se multiplicaron sus dolencias (lo fusilaron porque les dijo ladrones, cuando los sorprendió robándole unas truchas que cuidaba para el cumpleaños del abuelo en un charco de la quebrada; la venganza fue un domingo cuando volvía con el mercado). Con esa muerte, Juanito, perdió definitivamente el rumbo de la vida y se fue apagando, o se fue alejando de la existencia por partecitas: canceló sus caminares, veía y oía poquísimo, comía casi nada, rompió con el hablar de sus palabras escasas, se le escaparon las pocas fuerzas y se aposentó en la cama del todo; volteado hacia el rincón se amangualó con las sombras, y se fue yendo lentamente.
Cualquier día se murió (o, tal vez, terminó de irse, se acabó de ir), al escondido de todo el mundo. Ni los que estaban cerca pensaron que ya se iba…
Desde cuando se fue Juanito, que ya han pasado varios años, muy pocos volvieron a preguntar por él, casi nadie lo recuerda, aunque toda su vida lo vieron trajinar de arriba a abajo por el pueblo; desapareció como desaparece un desconocido…Pero, murió en paz con todo el mundo.
Javier Gil Bolívar
Bella descripción de Juanito. ¡Lo ví!
En cada pueblo de nuestras regiones han existido y seguirán existiendo JUANITOS,que resumen la indolencia y el olvido de los que los conocemos,a veces con intencionalidad y otras porque se vuelven parte del paisaje cotidiano.Gracias por el homenaje que le hace con tan fina descripción!!!
Juanito luchó y trabajó siempre lo mismo,porque quiso cumplirle a su vereda.
Vivió con lo esencial, tranquilo,sereno,paciente hasta el día que perdió a su nieto.
Tal vez alguien de su familia, podrá algún día continuar su historia.
Javier, muy lindo el cuento, donde describes con detalles, la realidad social.Felicitaciones