Crónicas de nuestro tiempo
Donato Ríos Zapata, que durante su vida fue pródigo en ideas y en la capacidad para realizarlas, vivía inquieto por la ausencia de la televisión en nuestro gran pueblo.
Todavía, al comienzo de los años sesenta, tiempo para ubicarnos en esta nota, la potencia de la Televisora Nacional era de tal debilidad que los dos canales, en blanco y negro, solo podían disfrutarlos quienes habitaban en las ciudades capitales y en algunos sitios donde las señales espurias dejaban ver los programas con fidelidad muy cuestionada.
Yarumal, no fue la excepción; por ese tiempo o hasta ese tiempo, nadie había mostrado inquietudes para investigar sobre la forma de hacer disponibles en el pueblo los canales de la televisión que tenían diez años de funcionamiento y que empezaba a cobrar popularidad en el medio de las comunicaciones.
Donato Ríos, empezó a documentarse sobre el tema: partió de aprender la teoría de los conceptos, desconocidos en el ambiente parroquial, sobre la propagación de las ondas televisivas, las técnicas para su recepción, las antenas con las medidas adecuadas a las frecuencias, los receptores apropiados; hasta le tocó superar los comentarios de los profetas de mal agüero que le pronosticaban a esa idea todos los fracasos.
Por las noches garrapateaba en el block de notas, al lado del transmisor de su emisora, las anotaciones que, lograba poner en claro sobre la teoría de las antenas receptoras de televisión, bosquejó con las medidas y con los detalles técnicos requeridos y, al fin, dejó en limpio los planos que requería su inquietud. No fue de un día para otro, invirtió meses en la investigación, pero su perseverancia en el aprendizaje lo fue surtiendo de conceptos. No perdía oportunidad para compartirnos lo que estudiaba, aunque asimiláramos con mayor dificultad; estaba obsesionado con su idea, hasta cuando logró resultados favorables.
Así fue como, después de superar los experimentos con los que se podrían llenar cuartillas y cuartillas, relatando tantos pormenores originados cuando los realizaba, vio los frutos de esa idea. En el patio de su casa, quienes participábamos con él en los ensayos, movíamos el mástil de todas las antenas que probamos. Esto se hacía con distancia de meses, cada vez que él construía un nuevo prototipo; las veces de los tanteos, hacíamos los movimientos ordenados: mínimos, repetidos, vueltos a repetir con la paciencia renovada ene mil veces, mientras, Donato, sintonizando en el televisor, solo alcanzaba a percibir rayas y voces muy lejanas. Desde ahí daba las órdenes para buscar la mejor recepción. Las pruebas fueron bastantes, tediosas, desconsoladoras.
Con el tiempo, su constancia logró dar con el tipo de la antena y con los detalles técnicos requeridos por las instalaciones para recibir una televisión con señales que, aunque enclenques y con programación menesterosa, dejaba satisfacer, sin mucha dificultad, la capacidad de imaginación de quienes fueron los primeros televidentes en el pueblo.
Entró la televisión al gran pueblo, pero el mercadeo de esa iniciativa contó también con quienes desprestigiaban el esfuerzo. Hasta llegaron a decir que a cualquier hora la señal no volvería a aparecer hasta cuando construyeran estaciones repetidoras, porque lo de ahora se debía a que habían levantado una casa con techo de zinc que reflejaba y hacía trampolín a las ondas, en algún paraje entre Bogotá y Yarumal, que cuando ese techo se oxidara se acabaría la dicha. Cosas graciosas que surtían las habladurías atizadas por las envidias.
Bueno, pero a pesar de todo, Donato, empezó a ver cómo los entusiastas por la idea de tener televisión en sus casas adquirían los aparatos y él con Pepe Luis, como maestro egregio de los techos, hacía las instalaciones y los ajustes a los equipos. Estuvieron en muchas residencias, fueron los precursores de la televisión en el pueblo.
Todavía quedamos con la deuda de muchas anécdotas por contar en estas crónicas sobre ese capítulo con la llegada de la televisión a Yarumal. La casa de Donato, por ejemplo, fue la primera del vecindario en tener acceso a esas programaciones. Los infantes de las cuadras vecinas acudían a la puerta y tocaban para que los dejaran entrar, hasta a las horas en que la Televisora Nacional no funcionaba. Eran los tiempos del Club del Clan, de Animalandia, de los programas de Pacheco, de doña Gloria Valencia, de doña Alicia del Carpio, de Álvaro Ruiz, de los Bonanza, todos esos espacios tenían televidentes constantes que se congregaban en la sala de la casa de Donato, llena con frecuencia de ese público menudo que aportaba un surtido completo de pedos y pecuecas con todos los olores que hacían el fastidio y el desagrado de sus hijos, Mancho y Darío y las satisfacciones de Diego, el más amiguero, por la aparición de sus estimados; míster Martín no estaba todavía en estas lides de la vida.
Fueron suficientes y tozudas las experiencias que debieron juntarse para poder disfrutar de la televisión en nuestro pueblo. Los años sesenta trajeron toda clase de progresos en las comunicaciones. Donato Ríos, supo acercar este avance tecnológico para que los yarumaleños pudieran tener un contacto más directo con el mundo.
Javier Gil Bolívar. Enero 7 y 2022