Hacía dieciséis años y medio que misia Luzmilita, en un desatino sorpresivo de sus relaciones afectivas, quedó esperando a Jhonatan que, con lo imprevisto de su llegada, le complicó las condiciones estrechas de la vida a la pobre muchacha.
Su vivir transcurría con altibajos, sin cambiarle la rutina a las desesperanzas. Pasado el tiempo, aquella mañana, muy parecida a cualquiera otra de las mañanas suyas, misia Luzmilita, le había servido el desayuno a Jhonatan desde hacía un buen rato. Casi no logra levantarlo; cuando llegó a la mesa, ya estaba frio el chocolate. Comió sin entusiasmo y salió sin rumbo.
Al poco rato, Luzmilita notó que estaba escasa de arroz para el almuerzo. Rebuscó por todas partes, hasta que completó los centavos requeridos para la compra.
―Haceme un favorcito, Eduardito ―le dijo a un vecinito―, llamame al Jhonatan que debe estar por aquí cerquita. Decile que venga a comprarme el arroz para el almuerzo.
Eduardito lo encontró haciéndole los humos a un bareto de tamaño escalofriante; le dio la razón. Jhonatan, sin suspender su actividad, respondió:
―Dígale a Luzmila que no puedo ir porque estoy muy ocupado; mejor dicho, dígale que no voy a ir porque me estoy trabando.
Ja ja ja ja ja