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“EL ARNES”

JOHN STEINBECK

RESEÑA

      De Jhon Steinbeck ya se han hecho comentarios suficientes. Es poco lo novedoso que falta por decir, sabiendo que fue uno de los escritores más conocidos y celebrados del siglo XX.

Fue hijo de un ascendiente alemán, nació engastado en una típica familia gringa de clase media ––de pronto media baja––, en un ambiente donde los recuerdos gratos de la infancia y la adolescencia fueron el patrimonio que después repartió en sus obras. Vivió esos primeros años en su Valle Largo, palpando las dificultades y las tragedias sentidas en las bregas de la agricultura que han sido parecidas por los siglos de los siglos. Esa secuencia de las incertidumbres que rodeaba esa vida campesina quedó retratada sin retoques en la mayoría de sus relatos y novelas.

      De sus obras son las siguientes frases:

      “Me aterroriza poner la palabra FIN al concluir una novela, es como si yo mismo me acabara.”.

      “De todos los animales de la tierra, el hombre es el único que bebe sin tener sed, que come sin tener hambre y que habla sin tener nada que decir”.

      “En completa soledad, el escritor trata de explicar lo inexplicable”. 

      “El escritor tiene que creer que lo que está haciendo es lo más importante en el mundo. Y debe sostener esta ilusión, incluso cuando sabe que no es verdad”. 

      Vamos al cuento:

      Aunque, “El arnés” no es uno de los relatos más populares de Steinbeck, en él sobresalen todos los atributos que lo caracterizan como narrador.

      La acción se realiza por los lados de la ciudad de Monterrey donde los Randall ––matrimonio del cuento––, pegaron sus raíces por mucho tiempo. 

      En el primer párrafo proyecta perfectamente la figura de Peter, con pocas palabras, que sintetizan sus rasgos y le dan al lector la oportunidad de agregarle al reseñado las características que se le ocurran. Habla de que “siempre llevaba los hombros tirados hacia atrás como si los tuviera sujetos con unos tirantes, y el estómago encogido como un militar en acto de servicio”.

      De Emma, la mujer de Peter, también ofrece algunos detalles básicos, con los cuales uno se hace a la presencia de la mujer consumida por las enfermedades. En estas partes iniciales aparece la capacidad de Steinbeck para concebir maravillosamente las características de sus personajes. 

      Dice el relato que cada año Peter dejaba sola a su mujer en la granja por una semana y que, cuando los vecinos preguntaban por él, ella les decía que había salido en un viaje de negocios, y agrega, que cuando él regresaba de tales viajes ella caía enferma, grave, inexorablemente. Por esos días, Peter era el ama de casa.

      Hasta aquí, como en todo el cuento, hay una trama fácil, bien cuidada y rodando dentro de los principios de lo verosímil.

      La ubicación del rancho de los Randall es un dibujo literario bien interesante: surgen las características del terreno, con la casita blanca y los cercos y los jardines que surtían la vida de colores; desde el lugar se podía ver hasta el río y hasta las cúpulas de la Villa de Salinas. Es una forma elegante, seria y hermosa de referir un lugar, donde también, deja oportunidades para que la imaginación del lector se evada.

      Se ocupa luego de la condición económica de los esposos, de influencia marcada ante los vecinos que en todo los acatan.

      Como ya dije, Emma, la mujer de Peter, enfermaba cada vez que él regresaba de sus viajes anuales. Cuando eso sucedía, los vecinos estaban pendientes en la carretera, al pasar el doctor, para escuchar su diagnóstico sobre la enfermedad, el cual, normalmente era que pronto estaría bien, que debía guardar dos semanas de reposo. Estas enfermedades hacían las oportunidades para que los vecinos “visitaran a los Randall, llevándoles dulces, y entrando en puntillas a la habitación de la enferma donde yacía la pequeña señora Randall, perdida en la inmensidad de una enorme cama de nogal”. 

      No faltaban los ofrecimientos de los servicios por parte de los vecinos, cosa que ella no aceptaba. “Emma nunca necesitaba nada de nadie, ni siquiera cuando estaba enferma”

      Después, en algún otoño, Emma enfermó otra vez, ahora gravemente, el concepto del Doctor Marn no dejó de ser pesimista. Fue una gravedad de más de dos meses y una enfermera hubo de hacerse cargo de ella.

      La señora Chapell, una de las vecinas más cercanas, estaba cuando Emma murió. “Telefoneó al doctor y después a su marido para que acudieran a ayudarla, porque Peter estaba gritando como un loco y arrancándose la barba con las dos manos.”

      Ya había llegado Ed Chapell.

      El relato continúa con la narración patética de lo que sucedió después de la muerte de Emma, donde el escritor maneja con propiedad todos los detalles de este hecho triste hasta poner en boca del Doctor Marn la prescripción y utilización de una inyección de morfina, pastillas de bromuro y cápsulas de amital sódico, drogas para tranquilizar a Peter, evitándole volver al enfurecimiento que mostró cuando vino un funerario por el cadáver. 

      Transcurre un diálogo entre Peter y Ed Chapell, aquel todavía bajo algún efecto de las drogas tranquilizantes, haciendo preguntas sobre temas bien distintos: de su comportamiento cuando murió Emma; de si Ed creía en el más allá; “¿Crees que los que han fallecido pueden mirarnos desde allá arriba y vigilar lo que hacemos?”.

      Peter se responde: “Aunque ella pudiese verme y yo no hiciera su voluntad, no podría quejarse de mi porque hice su voluntad mientras vivió”.

      Es admirable la forma fácil como Steinbeck hace discurrir al lector por los pasos de su relato, contagiándolo del ambiente que sucede a cada momento.

      Afirma Peter que él ha sido un hombre honrado con excepción de una semana por año. Se quita el arnés y la faja que llevaba a toda hora mientras dice: “No sé cómo pudo obligarme a hacer todo esto, pero lo hizo”’. El arnés y la faja sólo los usará para el entierro y luego los quemará.

      Beben buen whisky y Peter sigue desahogándose de los detalles de su vida matrimonial, de lo que hacía en los viajes que tomaba cada año. De lo que hacía durante esa semana. “Me emborrachaba.  Y en San Francisco me iba de juerga noches enteras”. Emma era muy lista y hasta se habría dado cuenta de que, sino lo hubiera hecho, se habría enloquecido. “Pero, cielos ¡Cómo me atormentaba la conciencia cuando estaba de vuelta!”

      Agrega Peter “No daba la sensación de tenerme dominado pero siempre conseguía que hiciera su voluntad”.

      A este personaje de Steinbeck le encuadraría perfectamente esta frase de Fernando González: “Todo hombre opinado por su conyugue es como planta orinada que se marchita”

      Sigue Peter, ahora hablando de su futuro, insistiendo en que desearía sembrar el campo de guisantes, a pesar de que con ese cultivo se había arruinado mucha gente. Antes le habló a Emma de los guisantes y no quiso escucharlo. No comprende cómo podía tenerlo tan dominado.

      “Al día siguiente del entierro Peter se puso a trabajar en la granja,” Lo veían desde muy temprano. “El trabajo es un alivio para las penas”.  Su vida fue activa. Contrariando todas las opiniones, decidió hacer el sembrado de guisantes en el lote que llegaba hasta el río. Cuando lo supieron los vecinos predijeron lo peor por la delicadeza del cultivo y por las dimensiones de la siembra. Pero el tiempo, como mandado a hacer, favoreció la cosecha, que fue esplendida.

      Mirando los campos hermosos de Peter, sentían por él admiración y respeto y hasta celos y envidia.

      Cuando lo visitó Ed Chapell, una tarde, “Sus ojos estaban preocupados. Pero no era extraño que estuviera preocupado, teniendo en cuenta que un solo chaparrón bastaría para destruir el trabajo de todo un año”.

      Cuando cogían la cosecha, los vecinos presenciaban admirados, haciendo cuentas sobre las grandes utilidades de Peter.

       A los pocos días Ed Chapell viajó a San Francisco y, alojado en el hotel Ramona, una noche entraron a Peter en medio de una borrachera mayor. Ed se hizo reconocer y después, en la habitación, celebraron con unos tragos largos la esplendidez de la cosecha.

      “Ella no murió del todo –– le dijo Peter a Ed Chapell––. No me ha dejado hacer nada a mi gusto. Ha estado martirizándome todo el año con lo de los malditos guisantes. Sigo sin saber cómo puede dominarme de esta manera. Pero te aseguro que no volveré a ponerme el arnés. De eso puedes estar seguro. Cuando vuelva a casa, ¿sabes lo que voy a hacer? Instalar luz eléctrica. Emma siempre ha deseado tener luz eléctrica”.

JAVIER GIL BOLÍVAR, Agosto 6 y 2024

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Publicado enCuentos