Gabriel García Márquez
Reseña
Gabriel García Márquez salió de Cartagena para Barranquilla a finales de diciembre de 1949. Contaba con la promesa de Alfonso Fuenmayor de que movería cielo y tierra para conseguirle un empleo en El Heraldo.
García Márquez le comentó a su biógrafo, Gerald Martin, en 1993: “Barranquilla me permitió ser escritor. Tenía la población inmigrante más elevada de Colombia ––árabes, chinos, etcétera––. Era como Córdoba de la Edad Media. Una ciudad abierta, llena de personas inteligentes a las que les importaba un carajo ser inteligentes”.
Por esa época ya se conocía el grupo de Barranquilla, integrantes que fueron de los organizadores de la parranda permanente. A ese grupo fue invitado García Márquez a principios de la década de 1950. Entre los participantes estaban: Ramón Vinyes, el viejo librero Catalán, retratado después en Cien años de soledad; Alfonso Fuenmayor, el más serio y de pocas palabras entre los jóvenes; Germán Vargas, gran amigo de Fuenmayor; Álvaro Cepeda Samudio, muerto prematuramente en 1972; Alejandro Obregón, pintor sobresaliente, de familia adinerada. Gabo era el más joven del grupo, “Ya era un fornicador discreto y regular”.
García Márquez trabajaba en El Heraldo, cuando Alfonso Fuenmayor lo convenció para que escribiera en una revista tipo tabloide, nacida recientemente, editada en el mismo periódico, llamada Crónica, de la cual llegó a ser el hombre que movía los resortes de la publicación. Por ese año, 1950, Gabo contaba con 23 años de edad.
El relato “La mujer que llegaba a las seis” parece haber nacido de un reto que le hiciera Fuenmayor para que escribiera un cuento de ambiente policiaco, tal vez para llenar cuartillas urgentes de la revista Crónica con asuntos de la vida real. Lo cierto de todo, es que este es un cuento, caso raro en la obra de Gabo, “Que se sitúa directa y reconociblemente en la Barranquilla de su época”
De “La mujer que llegaba a las seis” puede decirse que es un cuento con una técnica más sencilla que la de los publicados por él hasta ese tiempo; la mayor novedad que predomina en la obra es estar escrita en forma dialogada, más escasa en los relatos anteriores. Aquí da un paso más en los experimentos que hace buscando los distintos puntos de vista de la narración. Como en algunos de sus cuentos, en este, la figura de la muerte también aparece en un plano preferente del interés del escritor, pero, además, surge la figura del amor, que es trascendental en este argumento, mezclado todo dentro del ambiente policíaco o detectivesco ––como queda dicho—, lo que cuaja una mixtura de ingredientes aprovechados magistralmente por García Márquez. No vacila en dejarle al lector una buena cantidad de salidas por donde puede airear su imaginación. Es un cuento con un narrador omnisciente, estructurado en tercera persona,
Desde el momento en que la mujer empuja la puerta del restaurante de José, empieza una acción que, aunque difícil de ubicar prontamente en cualquier ángulo de las sospechas mantiene al lector con tal interés en la cuestión, que no lo deja perder ni renunciar a seguir metido en todas las trayectorias del relato.
Son las seis de la tarde.
La mujer, sentada en la silla giratoria, no tarda en recriminar al hostelero por su falta de cortesía al pasar por alto el cigarrillo apagado en su boca; ella, tal vez, busca un motivo para diluir su ansiedad.
José, en la limpieza compulsiva, repetida e instintiva del vidrio del mostrador con el trapo seco, persigue, seguramente, una forma de disimular la manifestación que quisiera expresar o hacer para demostrar el afecto reprimido, empequeñecido o mal correspondido por ella.
Hay un bosquejo pequeño de la mujer: “Abundante cabello empavonado de vaselina gruesa y barata, su hombro descubierto por encima del corpiño floreado y el nacimiento de su seno crepuscular”.
La mujer es huraña ante las galanterías de José, deja ver que por ahí no está el centro de los intereses que trae esa tarde, busca mirar a la calle, su actitud es desdeñosa. “Tenía una expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar”.
Ahora es el momento en que la mujer empieza a encauzar la conversación hacia donde quiere, hay una atmósfera íntima pero no desaparece la intriga y la sospecha. El relato insiste en buscar los lindes de lo policíaco o detectivesco. El hombre sostiene que todos los días son iguales. “Hoy no vine a las seis, por eso es distinto, José”. El reloj entra a hacer parte de la escena. José está seguro de la precisión de la máquina. Ella asevera que llegó a las seis menos quince; para él la hora de su llegada fue a las seis.
José presiente que la mujer ha bebido, todavía no entiende por qué pretende cambiar la hora de su llegada.
En todas las formas presiona para que él quede convencido de la hora que ella ha impuesto.
Aumenta el interés policíaco de este cuento, no hay razones claras para debatir que una hora de llegada, no era la hora verdadera. José asume una posición blandengue y no duda en la aceptación de los melindres de la mujer; ella, en este tramo del relato, ya reclama que son veinte los minutos desde su llegada.
No se deja esperar la reiteración de la declaración de amor por parte de José, es un amor que parece venir de tiempo atrás. La mujer solo corresponde con la indiferencia y toma las armas de la ofensa anotándole que ninguna mujer soportaría sobre ella el peso de su cuerpo por ningún dinero.
El cuento también contiene frases de hechura magnífica: “Se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida”.
El cuento atraviesa ahora por su mayor calidez romántica, va en aumento el sentimiento mentiroso o interesado de la mujer que insiste en inclinar al hombre hacia sus propósitos. José confirma sus sentimientos, recalca que no es su interés llevarla a la cama. Aparece el desdoblamiento de él al afirmar que hasta sería capaz de matar a quien se fuera con ella.
Persiste en el relato la escogencia de los valores y los defectos que el escritor le adhiere a sus personajes. Describe a José en su momento “Tenía la cara (la de ella) casi al rostro saludable y pacífico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras”.
“––¡Qué horror!, José. ¡Qué horror! ––dijo, todavía riendo––. José matando a un hombre. ¡Quién hubiera dicho que detrás del señor gordo y santurrón, que nunca me cobra, que todos los días me prepara un bistec y que se distrae hablando conmigo hasta cuando encuentro un hombre, hay un asesino! ¡Qué horror, José! ¡Me das miedo!”
Aquí se desata el conflicto del hombre bueno que no había pensado nunca en lo que la mujer le ha hecho decir, cebado, tal vez, al morder el señuelo del afecto, que desde tiempo atrás, lo tiene atraído hacia ella. Pero a esta altura del relato no hay todavía evidencia cierta del por qué ella requiere una hora distinta a la de su llegada. Para él la mujer está borracha.
A pesar de su juventud, García Márquez, cuando escribió este cuento, se introduce con facilidad por los laberintos de los problemas eternos del hombre. Sabe llevarnos por las estrecheces del camino de las mentiras, combinadas con los intereses que explotan las ternuras de quien ha sido bueno. Con gran soltura se desenvuelve en el caso de la prostituta conocida por aquél a quien quiere manejar a su antojo, aferrándose ella a modificar los sentimientos del hombre que ha escogido para que la ayude a ocultar las consecuencias de su conducta.
Ella insiste en hacerlo repetir que la quiere y lo compromete con cantos de coquetería hasta cuando le dice que mataría al hombre que se fuera con ella, o que la defendería si fuera ella quien lo matara. Y lo enfrenta a que diga si es capaz de mentir por ella. Es tanta la bondad del hombre, que la policía lo sabe y no dudaría en creerle durante alguna indagación.
“––Es verdad, José. Me atrevería a apostar que nunca has dicho una mentira”
Ya son definitivas las dudas de José: ella debe haberse metido en cualquier lio. Él nunca ha pensado en matar a nadie y su reproche a la mujer solo es para que deje de andar en esa vida.
Tras la confesión tácita de ella de haber matado a su cliente, después de elaborar la escena que la comprometió en el crimen, anuncia que se va.
García Márquez, maneja en forma magnífica todos los componentes que la mujer reúne para justificar los hechos: la necesidad de su defensa ante la agresión de su cliente y la repugnancia sentida hacia quien la ha poseído siente asco de todos los que han estado con ella. Las soluciones sugeridas por José son pacíficas, ella presiona para que diga que debía matarlo; que lo que hizo, era lo que debía hacer.
“––Está bien ––dijo José, con un sesgo conciliatorio–– Todo será como tú dices”.
No cesa la presión, busca la forma de obtener de él la justificación para “la mujer que haga eso”.
“–– ¿Verdad que a cualquiera que te pregunte, a qué hora vine, le dirás que a un cuarto para las seis?” Ya eran las seis y media en punto.
Aunque es definitivo que la mujer asesinó a su cliente, por la mentalidad bonachona de José solo circulan las dudas. Se refugia en prepararle un buen bistec y, además, concentrado en el interés de que donde ella se fuera, le pudiera encontrar el osito de cuerda para traerle de regalo (¿Será que en el osito de cuerda quiso colocar el autor alguna analogía con el carácter liviano de José?). Ella, como su regalo de despedida, le pidió al hombre otro cuarto de hora.
“––En serio que no te entiendo, reina.”
“–– No seas tonto, José ––dijo la mujer––. Acuérdate que estoy aquí desde la cinco y media”.
Cuando la mujer entró al restaurante, fuera de José no había nadie más adentro. Eran las seis. Algunos que suponen cosas que tal vez no pensó el escritor, dicen que escogió esta hora por ser el número del hombre, creado el sexto día, según el Génesis.
La limpieza compulsiva del vidrio con un trapo seco parece ser el refugio del hombre para esconderse de su timidez.
Tal vez el reclamo de la mujer por no haberle encendido sea el refugio para espantar su angustia. La mujer traía “su hombro descubierto, su corpiño floreado que contenía el seno crepuscular.
La voz de José admirándola y ella displicente con el halago “se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante. Tenía la expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar. Es la primera insinuación del tipo de mujer que había llegado como lo hacía habitualmente. Con la información de prepararle un buen bistec busca disimular la hartera de la mujer que a pesar de no pagarle le prepara algo bueno.
La mujer empieza a crearle a José el conflicto interior por lo de las horas, tras mirar el reloj donde eran las 6 y tres minutos. Ese reloj no se atrasa un minuto. Ella dice que ese día no había venido a las seis, por eso era un día distinto. Que había venido un cuarto para las 6, y acaban de dar las 6 cuando entraba acaban de darlas. La mujer dijo que hacía un cuarto de hora que estaba ahí.
“Estaba seria, fastidiosa, blanda, embellecida por una nube de tristeza y cansancio”
Para José no importaban los minutos que ella quisiera imponer de haber llegado. Ella recalca que si importan y que ya eran veinte minutos desde su llegada
Jose no pierde la oportunidad para reiterarle su amor y ella responde con su frialdad
La mujer no pierde la oportunidad de referirse a él con frases enojosas como decirle que ninguna mujer soportaría su peso por un millón de pesos.
El narrador hace una frase de características muy bonitas refiriéndose a la mujer “se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida”
La mujer coteja el amor de José a pesar de lo que le había dicho. Le responde sin amargura. Su amor es firme decidido, completo, aparece la figura de la persona honesta y honrada, le confirma que la quiere tanto que no se acostaría con ella.
“–– Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo”
Ella tenía su expresión burlona contrastando con José sonrojado con su timidez franca, casi desvergonzada, como si fuera un niño.
José la censuró porque la mala vida la estaba embruteciendo. No aceptaba que se fuera con un hombre distinto todos los días.
“La conversación había llegado a densidad excitante. La mujer hablaba en voz baja, suave, fascinada. Tenía la cara casi igual al rostro saludable y pacifico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras.”
RESEÑADO:
JAVIER GIL BOLIVAR. Septiembre y 2024