cuento
El Mono Céspedes recibió los huevos que le envió don Wenceslao Restrepo, como era habitual, de acuerdo con la contrata que tenían establecida desde tiempo atrás. El Mono compraba a don Wenceslao los huevos fecundados con el propósito de sacar pollos de engorde y pollas para la producción futura de huevos, también vendía los animales de pocos días, clasificados por su sexo. Don Wenceslao era un avicultor de campanillas y pertenecía a la misma cuerda de los Idárraga que eran considerados los chachos del negocio por los lados de Caldas y hasta arriba de la Estrella.
El Mono tenía un establecimiento de incubadoras muy bien montado, con equipos modernos, con unos corrales donde cuidaba un buen lote de ponedoras y otros donde engordaba los pollos, además de los capones (su especialidad), que eran muy buscados por clientes exclusivos especialmente para las reuniones familiares de las navidades; había aprendido de unos japoneses el arte de sexar las aves, que era otra de las fortalezas de su negocio. Entonces, podía vender desde los pocos días de nacidos, pollas y pollos seleccionados.
Recibió los huevos y, tras la inspección minuciosa de cada uno por su ayudante, los llevaron al salón del pre incubado donde homologaban la temperatura y quedaban en turno para repartirlos en las incubadoras y esperar los días que requería este proceso hasta el nacimiento.
Hecha la incubación sin novedad alguna, la pollada resultante de aquel lote de huevos fue de un rendimiento maravilloso. Al salir de las incubadoras, el Mono se dedicó al trabajo de sexarlos, labor que no era delegable, pero que él realizaba con una velocidad y con una eficiencia incomparables, como que el acierto estaba por encima del noventa y siete por ciento. De este lote, al hacer el procedimiento, solo lo inquietó un pollo que salió de color distinto, cosa que sucedía poquísimas veces. Dio orden de conservarlo en el corral para las investigaciones posteriores sobre su ascendencia.
Los animalitos de ese lote fueron vendidos casi todos en pocos días, dejaron separados algunos pollos para caponear, incluido el pollo de color distinto, que ya parecía empezar a echar un plumaje de colores muy vivos. Lo dejaron aparte junto con los otros animales para que, al cumplir los tres meses, hacerlos capones, destinarlos al engorde y lograr con ellos esa carne de gran gusto y calidad que buscaban los clientes. El pollo del color distinto ya sobresalía por un porte que lo hacía desemejante a los demás. Llegó el tiempo requerido para realizar el procedimiento y éste fue de los primeros sometidos a la intervención del práctico veterinario.
Por esos días estuvo el Mono Céspedes haciendo inventario en el corral de los capones e identificó al animal que lo había sorprendido el día del sexage; tuvo la oportunidad de comentarle a su ayudante: “éste, creo que podría haber sido un gallo de pelea excelente, me parece que pertenece a una de las razas más costosas, lástima haberlo caponeado. Quien sabe qué sucederá. Yo no lo sé, vamos a ver qué pasa”.
Transcurrieron un par de meses y aquel pollo, ya casi en edad de gallo, tenía las primeras manifestaciones de las características del animal que no ha quedado convertido en capón: cresta con crecimiento normal, lo mismo las espuelas que tomaban gran vigor, ojos con mirada arrecha y agresiva, plumaje brillante de colores hermosos, canto cuasi afinado con notas muy seguras, andar elegante, ceremonioso y desafiante. Ya correteaba a los pollos con afán ardiloso y, en triunfal competencia con los otros, mantenía arrinconadas a las pollas cuando se sucedían sus frecuentes andanadas libidinosas.
Atorado en esta situación poco frecuente en el negocio, comprometedora con la salud de los otros pollos capones, entre los que estaba el ejemplar distinto, el Mono Céspedes optó por llevarlo, ya casi gallo, a un corral donde estuviera solo, sin peligro para las otras aves. Ahí lo mantuvo algunos días y desde ahí, fue el personaje central del negocio porque era raro encontrar a un animal que, considerado capón, anduviera en todas las travesuras en que estaba involucrado este pollo.
Se regó entre los galleros del pueblo la noticia del gallo capón que parecía tener los atributos de un gallo de pelea muy clazudo. Decían de sus cualidades intactas, que parecía pertenecer a una raza de costo alto, que su presencia y comportamiento eran excepcionales. Su porte, su elegancia, su actitud beligerante fueron los detalles por los que los curiosos deseaban conocer al animal. Todo este alarde chismoseador llegó hasta donde Nicanor Legarda, criador de gallos de pelea, jugador empedernido de chances, rifas, loterías y promotor de los encuentros gallísticos en la región. Entusiasmadísimo, harto de la curiosidad, hizo presencia a los pocos días donde el Mono Céspedes; quería solicitar en la fuente la información sobre el animal de los comentarios.
El Mono se mostró alejado ante el interés que mostró don Nicanor por el pollo capón. Le dijo que no lo ponía en venta, sino hasta cuando estuviera seguro de su estado gonadal y de la raza prevalente, de la cual parecía que hubiera muy pocos ejemplares en el país. Él creía, de acuerdo con sus experiencias, que pertenecía a una raza de cualidades muy sobresalientes, que siendo así, quien lo comprara y conociera de la cuestión, obtendría un rendimiento económico muy grande y rápido porque ese gallo, con esa figura, tendría posibilidades de ganar peleas en las partes del mundo donde lo enfrentaran. En poco tiempo podría estar listo para que, quien lo comprara, empezara a probarlo con otros gallos e iniciar el proceso de su entrenamiento.
Por el negocio del Mono Céspedes pasaron los mejores conocedores de ese tipo de aves de la región y todos los sabedores creían que era un animal de costo alto, aunque todavía no había un concepto unánime sobre la identidad de su raza. Las opiniones, a veces encontradas, hablaban del desconocimiento de esa especie en aquel medio.
El Mono, con todas las inquietudes y comentarios borboteando, empacó el animal en una caja y se fue con él donde don Wenceslao Restrepo, el avicultor que le suministraba los huevos. En una reunión con los conocedores de las aves del galpón y teniendo al pollo presente, todas las opiniones coincidieron en que ese era un animal de raza peleadora. Estuvieron sorprendidos de que manifestara síntomas de no haber quedado capón en la intervención que le practicaron. Hablaron de la forma como llegó al establecimiento y concluyeron lo siguiente: hacía algunos meses que trajeron a la granja de don Wenceslao, proveniente de EE. UU., un lote grande de huevos con el que esperaban ponerle una sangre nueva a la granja, en ese lote de huevos pudo llegar el que incubó al pollo, al salir revuelto por error en aquel despacho entregado al Mono Céspedes. La granja gringa también producía huevos de gallinas de pelea pertenecientes a la raza Plymouth, a la que debía estar adosado el pollo incubado en el negocio del Mono. Hicieron comparaciones del animal con fotos de esa raza y los parecidos eran convincentes. Entonces, volvió el Mono con el pollo a su negocio. Quedó establecida la raza del animal y ya tenía fundamentos para oír las ofertas de los posibles compradores.
En varios pueblos de la región conocieron la historia del pollo capón, hubo quienes hicieron sociedad y juntaron el dinero para la oferta con la ilusión de casar en compañía las peleas futuras. El Mono, ya quería negociar el animal porque se aproximaba la hora de iniciar los entrenamientos por quien lo comprara para presentarlo en la primera pelea, él no tenía la menor intención de meterse en las cosas de los gallos peleadores, actividad que detestaba.
El Mono Céspedes recibió ofertas por la compra del gallo durante 20 días. Ninguno de los posibles compradores ofreció tanto como Nicanor Legarda, el hombre de la gallera, quien casi dobló la cantidad con respecto al siguiente interesado.
Ya con el animal en sus corrales, lo primero que hizo Nica fue contar a sus amistades, que de ahora en adelante el gallo se llamaría Topacio y que, inmediatamente, empezaría la preparación; que tendría en cuenta toda su experiencia y la información disponible para sacar un animal que fuera campeón donde peleara. Con esas condiciones creía tenerlo listo para la primera pelea en seis meses aproximadamente.
Efectivamente, don Nica empezó prontamente el trabajo con el gallo Topacio que ya, según todas las opiniones, quedó descartado que fuera capón. El color de su plumaje, la cresta imponente, las espuelas fuertes, su presentación garbosa, su canto entonado, sonoro y brillante, el instinto peleador frente a todo animal que le presentaban: todos fueron factores que le acreditaban las improntas pertenecientes a un gallo fino de pelea; durante el proceso de preparación y entrenamiento, Don Nicanor tuvo que esquivar todos los comentarios envidiosos. Decían que, seguramente lo mantenía tan escondido y tan en silencio, porque no había hallado las características que pensó encontrar en Topacio.
El proceso de entrenamiento lo realizaba diariamente, por la mañana y en la tarde cuando caía el sol, a puerta cerrada y trancada por dentro. Los primeros días fueron ejercicios para hacerle tomar buen estado físico y endurecer los músculos, los correteos diarios le hicieron coger una respiración mejor. Logró sacarle una mayor rapidez en sus movimientos desde cuando le programó los ejercicios del ocho con otro ejemplar muy bravo. Su fuerza en la patas aumentó tanto que debieron mejorar el aislamiento para que no intentara fugarse y sacrificar a otro animal de las jaulas. En los remedos de peleas con el pico amarrado con esparadrapo, debían tener mucho cuidado con el gallo sparring porque la habilidad de Topacio sorprendía, su velocidad y su potencia por encima y por debajo intentando buscar al otro para herirlo eran admirables; con eso, rápidamente quedaban apagados los bríos del contendor asustado.
El 18 de enero, Nicanor anunció que el gallo Topacio estaba listo para enfrentar la primera pelea; desde ese día, el animal quedó sometido a un proceso alimenticio muy bien balanceado para controlarle el peso, ayudado por enzimas y vitaminas que contribuyeran a mantenerlo en buena forma. Continuó con el entrenamiento; tras cada sesión, lo estimulaba mojándole la cabeza con buches de algún licor fuerte.
La fama de que Topacio era un animal excepcional se propagó entre los galleros y ninguno quiso arriesgar algún gallo y el dinero de la apuesta ante ese desconocido en las peleas, pero famoso por los comentarios.
Nicanor estaba urgido de recuperar el dinero invertido en ese gallo, ya iba más de un mes de concluida la preparación y no había logrado casar una pelea en un municipio cercano. Sin buscarla, le llegó una información sobre el carnaval del Fuego en Tumaco donde hablaban de riñas de gallos con los mejores animales de la región, con cases y premios muy jugosos. Sin pensar en muchos detalles decidió tomar ese camino. Dispuso todo lo requerido para él y para el animal. Tomó el tiquete en un bus de la flota Magdalena, le exigieron comprar un puesto adicional para llevar el huacal con Topacio. Llegó a Cali y alistó el transporte hasta Tumaco.
El martes muy temprano estaba buscando el hotel y las conexiones con los galleros; el carnaval comenzaba el jueves. En la tarde fue con el animal hasta la gallera, el ambiente era el ambiente de su preferencia: ventas de gallos, desafíos, cases de peleas y exhibición de los animales, posibles contrincantes. Topacio fue mirado y admirado, pero a ninguno de los galleros le pareció excepcional, tal vez por ese egoísmo natural de quienes creen ser dueños de lo mejor. Nadie se atrevía a casar una pelea con ese gallo advenedizo. El jueves apareció un desafiante para Topacio, pero el dinero que exigía apostar aquel gallero copaba la capacidad disponible por Nicanor. El contrincante era un animal veterano y el propietario era un aventurero con fama de perdonavidas. Nicanor logró reunir los dineros con transferencias y con los cupos totales en efectivo de las tarjetas. Era un capital tan bastante que hasta podría servir, a quien ganara, como una cuota para comprar una casa. La pelea quedó pactada para el sábado a las ocho de la noche.
El día del compromiso, Nicanor sometió a Topacio a los entrenamientos y calentamientos, ceñido a como instruían los cánones gallísticos para antes de una pelea. Suministró las raciones alimenticias a las horas determinadas y salió para la gallera cuando mediaba la tarde. En el establecimiento gallero dispuso de un ventilador alquilado para mantener fresco al animal. Topacio, parecía estar en su ambiente, era de actitudes agresivas con los gallos amarrados de una de las patas, a distancia uno de otro, que estaban en cartelera para las peleas.
Llegada la hora, salió Nicanor con Topacio debajo del brazo con el pico hacia adelante. Iba de cachucha con la visera hacia atrás para no hacerle sombra al animal. No cabía nadie más entre los del público de las gradas donde todavía casaban apuestas y pregonaban gritos desafiantes. Las peleas anteriores, una cada media hora, habían sido muy sosas porque los ejemplares parecían adormilados por el calor. Nicanor revisó al animal, pico y espuelas de acuerdo con lo pactado, lo pegó contra su pecho en una especie de abrazo fraterno y le dijo algunas palabras inaudibles y con lágrimas. El dueño del contendor de Topacio era de pocas palabras, alicorado y con aires de suficiencia porque su pupilo venía invicto de varios combates. El juez inspeccionó a los dos gallos, al comprobar las condiciones normales de ambos ordenó distanciarse hasta cerca de los puntos marcados y esperar el pitazo para soltarlos en la arena y comenzar la pelea. Nicanor roció el animal con un buche de wiski y estuvo listo para la señal; oída la orden lo soltó, estaban como a dos metros los enemigos. Topacio arrancó en una arremetida feroz, muy rápida, ganoso acometió sobre el contendor, fuerte su impulso y, sin darle ningún tiempo, le pegó un picotazo tan tenaz en la cabeza, tan extremadamente fuerte, que con ese guarapazo le sacó el ojo derecho. El animal perdió el equilibrio y quedó tendido de alas abiertas en la pista. El juez palpó al herido, se tomó su tiempo oyendo la sentencia de los testigos para determinar la traída de las bolsas con el dinero que le correspondía a Nicanor. En las gradas se armó el alboroto con intervención policial entre los apostadores que creían y los que no creían en la capacidad de Topacio. El gallo herido estaba boqueando cuando lo recogió el dueño, agarrado por las patas y salió detrás de Nicanor desafiándolo a que, ahora tenían que matarse entre ellos, porque ese animal había acabado con el más grande de sus quereres por la herida trapera que le propinó ese gallo tapado. Nicanor esperó cerca a las autoridades, con el gallo bajo el brazo derecho hasta cuando recibió el dinero, tomó un taxi para el hotel y contrató un expreso hasta Cali para alejarse y librarse del desafiante.
Otra vez en el pueblo, hizo correr la bola de las hechuras de Topacio en Tumaco para henchirles la envidia a los incrédulos; cuando los entendidos conocieron los detalles, conceptuaron que fue una gran pelea y que, a ese paso, sería imbatible por algún tiempo en todos los combates que enfrentara; por ende, ninguno de los galleros se atrevía a un case de peleas con ese animal, quien se expusiera la llevaría perdida.
Nicanor buscó la información de los clubes gallísticos del país con la programación de los días para las peleas y, tras la averiguación, decidir un viaje próximo. Debía buscar lugares lejanos donde no tuvieran noticia de su gallo para evitar prevenciones. Donde llamaba a la indagación, le solicitaban muchos datos; total que lo mejor sería buscar un lugar con los días de las peleas. Halló algo interesante en la cuerda gallística de San Martín de Loba, donde las peleas eran los primeros viernes de cada mes. Y hasta allá viajó con Topacio y con Arsenio, su ayudante desde mucho tiempo. Ya estaban involucrados los dos en los preparativos para buscarle la segunda pelea al gallo.
Aunque las peleas en este municipio eran los viernes y sábados, llegaron el lunes en la tarde. Buscaron acomodo y desde esa hora empezó a establecer los contactos con los galleros; en los primeros contactos con conocedores le advirtieron que ningún gallo forastero había ganado pelea alguna en ese pueblo, que allí siempre presentaban los mejores animales. Le aconsejaron que no fuera a sacrificar su gallo y su platica en cases arriesgados donde no ganaría nada ante galleros y animales con tanta espuela.
Con los argumentos desfavorables que le dieron, pero con su confianza puesta en Topacio, Nicanor tuvo el envalentonamiento de mandar a su ayudante, Arsenio, a un bar donde se mantenían los de las cuerdas, a presentar un desafío a cualquier gallo del pueblo por una suma de dinero muy grande (tan grande que no se debe decir la cifra para no complicar las cosas con enredos tributarios). Este desafío lo hizo el martes a mediodía y el jueves por la mañana no había habido señal alguna de interesados en ese reto.
A las dos de la tarde de ese jueves fueron a buscarlos al hotelucho donde se hospedaban. Él salió y los atendió en la puerta. Eran seis los apostadores que estaban interesados en el desafío e iban a conocer a Topacio. Nicanor les dijo que el gallo suyo solo lo conocerían cuando estuvieran ante el juez que examinaría a los animales al iniciar la pelea; él tampoco conocería al rival, aceptaba el que, cumplidas las normas, presentaran ante el juez para la pelea. Qué lo pensaran cuánto antes para poder realizar los trámites con el dinero en el banco. Ellos se palabrearon afuera y al volver le dijeron que en la mañana del viernes le darían la información. Nicanor no quedó muy contento con los apostadores porque entre ellos había uno que hablaba en tono amenazante y otro que se las daba de ser abogado en Baranoa, era el que discurría por entre los conceptos legales atravesando enredos leguleyos. No obstante, Nicanor aceptó la confirmación para el viernes.
El viernes por la mañana no había llegado nadie a casar la pelea. Nicanor estaba descontrolado porque las peleas solo volverían a programarse hasta dentro de un mes. Si no peleaba ese día o el sábado tendrían que regresar a su pueblo. Al finalizar la mañana llegaron los interesados, a casar la pelea. Ellos pondrían un gallo que estaría disponible horas antes del evento a la par que Topacio. El dinero pactado quedaría depositado en el juez y los testigos; sería declarado ganador el gallo que matase o dejase sin posibilidades de combatir al contendor. Todas las apuestas serían certificadas y al ganador le descontarían el 10% para beneficio del dueño del gallo.
Llegó la hora de la pelea. La gradería de madera por siempre improvisada rumbaba de los galleros entusiastas que imponían sus gritos, favorecedores del gallo del pueblo; por Topacio solo se escuchaba la bronca detestando su presencia. Nicanor y Arsenio estaban juntos; uno con el gallo y el otro con los elementos para atender al animal. Se cumplieron los requerimientos del pesaje y del estado aparente de salud. El juez le indicó a Nicanor el sitio donde debía ubicarse con Topacio antes de soltarlo, en segundos sonó el pitazo con la orden, este animal visitante arrancó con todos sus bríos y no le dio la más mínima ventaja al contendor, más bien le había pegado dos picotazos acertadísimos en el cuello que mermaron sus arrestos, parecía rebajar sus fuerzas. Llevaban dos minutos y quince segundos de pelea cuando sonó un disparo en la gallera, en medio de la oscuridad; solo había alumbrado en la mitad del redondel; al mismo tiempo del ruido, Topacio cayó al suelo, el balazo era para él. No había otra forma de acabar con él. JAVIER GIL BOLÍVAR. Septiembre 28 y 2024.