Doña Trina, desde muy joven, fue la voz cantante en la organización de las semanas santas de mi pueblo. Cuando estudiaba, en los años de bachillerato, le asignaron el papel de la bella Magdalena en un drama vacuo de la pasión de Cristo y, cada año con el mismo personaje, le fue agregando tonos calzados de las imposturas de la voz, distintos giros migrantes de los ojos hacia arriba, o mejor, hacia todos los lados, que le dieron más brillo a lo que decía, con algún aire de Dolorosa; movimientos y posiciones corporales nuevos que aportaron, según ella, más espectacularidad a las representaciones que lograba. Superó todos los rifirrafes sucedidos antes y después de las escenificaciones, protagonizados por las damas celosas y criticonas de la capacidad histriónica suya, al paso que competía con otras por la importancia de lo que hacían, como con las encargadas del Santo Sepulcro o con las de la procesión de ramos, o con las del paso de la Resurrección, por ejemplo, donde cada cual se pintaba de oropeles al hablar de lo que organizaba o representaba.
Así, con su labor de cada año, con más trabajos, con más ensayos, con más presentaciones, fue haciéndose reconocer de la feligresía hasta cuando ¡taque!, con un montón de referencias a favor, quedó nombrada como directora plenipotenciaria de los actos escénicos de la semana santa, ― era la que seguía después del señor cura en la organización de las funciones parroquiales―. Para ella, ese tiempo preparador de la Pascua la hacía salir del anonimato que daban las labores como ama de casa y, pa´que, pero hay que reconocerlo, se derretía en entusiasmo antes, durante y después de las presentaciones.
Vino el matrimonio de doña Trina y no hubo obstáculos, ni siquiera durante sus embarazos, para hacer la dirección y presentación de los dramas sacros. Durante los meses anteriores a la gran semana, todas las noches estaba en las distintas casas donde se reunían para la realización de los ensayos. Fue capaz de sortear todas las dificultades: el manejo de la guardarropía, la escogencia de los artistas fue acertada y, en lo personal, continuó con la consolidación de su personaje que, según ella, nunca ha sido emulado.
Crecieron los hijos, cuatro que tuvo, de ellos dos niñas, desde edad temprana, recién comulgadas, fueron los personajes centrales, como ángeles, en los pasos de las semanas santas. Iban en las andas y su hermosura era la que embellecía las calles por donde transitaban los cortejos. Siempre fue así mientras crecieron, y más crecieron, y talvez hasta algunos años después de haber contraído matrimonio. Eran indispensables; así fue hasta cuando los mismos cargadores de las andas protestaron porque el peso era incómodo para el carguío. Pero ahí fue el desastre, se fueron ellas y no fue posible volver a conseguir personajes tan hermosos, con igual galanura y expresividad para las representaciones. Entonces, hasta ahí llegaron los ángeles vivos en las procesiones de mi pueblo. La feligresía debió volverse a conformar con la frialdad de las expresiones en los ángeles de madera y yeso.
Pasaron los años y solo quedaron las reminiscencias como patrimonio. Doña Trina, ahora, por estos tiempos, cuando requiere alimentar su ego, se retrotrae al pasado con la manipulación exagerada de los recuerdos, gasta todo su cacumen y derrite su memoria, aunque se hable de cualquiera otra cosa, para volver sobre ese pretérito que la sostiene; pretende hacer creer a los contertulios que nunca ha habido ni habrá ceremonias tan hermosas, tan mejores, tan solemnes, tan impresionantes, tan edificantes como las que ella y sus hijas protagonizaron. Esas si eran semanas santas.
Bella como todas tus crónicas Javier. ¡Qué deliciosa prosa!. Siempre te leo, aunque me demore. ¡Felicidades!
De las facetas que más recuerdo de mi pueblo, lo son precisamente las celebraciones de Semana Santa, desde el domingo de Ramos, hasta el domingo de Resurrección, con particular énfasis en el recorrido de la procesión del Santo Sepulcro, con su característica solemnidad y recogimiento, con la participación de las matronas del pueblo, vestidas de riguroso negro y con un bello ramo de flores y en el una linterna camuflada que alumbrada al fiamento. Luego dos hiladas de parejas de jóvenes, caballero y dama, luciendo una capa negra, seguidos por el Santo Ataúd, cargado también por destacados señores. A continuación la Banda Municipal interpretando lúgubres temas. Cerraba este hermoso desfile un nutrido grupo de paisanos que con un cirio en la mano seguían el rezo del Santo Rosario que entonaba el Sacerdote.
En todas las Semanas Santas está presente el recuerdo de mi pueblo y de mi inolvidable madre.
Javier, como suele hacerlo, ha hecho una clara descripción de los festejos santos, con la entretenida prosa que le distingue.
Felicitaciones Amigo.