Crónicas del gran pueblo
Es gratísimo traer con la memoria el recuerdo de las personas conocidas que transcurrieron por la vida prestando un servicio honrado en los quehaceres oficiales de los pueblos; personas que, muchas veces, han pasado olvidadas por nuestras gentes o por las entidades correspondientes donde laboran quienes se vuelven mudos y abstraídos al poco tiempo de fallecer el personaje. Así puede ser lo sucedido con don Alfonso Rodríguez Cano, cuya evocación me hace intentar esta crónica. Es notorio, como él existen en estas regiones personajes prestantes que el tiempo confinó al olvido (excepto en sus familias donde, como en este caso, es una devoción el cultivo de su memoria).
En 1953, cuando conocí a don Alfonso, él dirigía la escuela Pedro Pablo Betancur, donde comencé mi vida de estudiante. Era hijo de don Andrés Rodríguez y de doña Julia Cano; Don Andrés, hacía el correo entre Yarumal y Medellín, en una época en que, fuera del telégrafo y del teléfono escaso, solo existía su servicio para las comunicaciones con la capital; fue un hombre que anduvo siempre haciendo honores a la honestidad: a él le confiaban documentos y valores del comercio, a él, también, muchos de los novios de hace ochenta o noventa años le debieron la culminación feliz de sus noviazgos a la eficacia de sus mensajerías.
Doña Julia, era ama de casa consagrada, de figura señorial. Yo la recuerdo con gratitud inolvidable porque cuando iba a su residencia, a cualquier diligencia de don Alfonso, generalmente en las horas del recreo de la tarde cuando el hambre acosaba, ella me despachaba con una arepa redonda, caliente, salida en el momento de la hornilla de carbón, con la cáscara crujiente y con unos dorados que sobresalían en lo blanco, restos del efecto de la raspadora; eran de sabor imponderable, yo creo que en ninguna parte del mundo las han vuelto a elaborar iguales.
Don Alfonso Rodríguez, estuvo casado con doña Eloina Palacio, pareja a quien suceden sus hijos, Eduardo, Ligia Estella, Gloria Elena, Olga María, Carlos Andrés y Jaime Alfonso, quienes han proseguido las huellas de su estirpe, donde ha habido personas admirables por su honradez y por su trabajo. Puede ser frívolo el comentario, pero quiero anotarlo: para la realización de aquel matrimonio, me tocó repartir las muy elegantes tarjetas de invitación.
Era la época en que los maestros vestían a diario de saco, corbata y camisa blanca con puños y cuello almidonados; don Alfonso, lideraba la elegancia, su buen gusto lo hacía derrochar una distinción notoria, parecía dar la pauta con su vestimenta refinada. Era dueño de una conversación agradabilísima con un buen surtido de anécdotas, aforismos y refranes que traía a colación en los momentos oportunos; lo mismo que, según el caso, sabía aplicar las pizcas del humor, que refrescaban los coloquios. Como amanuense ostentaba una caligrafía con rasgos clásicos muy depurados, sobrios y con claridad excepcionales.
Don Alfonso, fue un buscador entusiasta de los conceptos que le dieran al aula una dimensión moderna; era obsesivo por aplicar los derroteros que humanizaban la educación con las ayudas educativas para la escuela, parecía querer contagiarnos de su capacidad de asombro ante las cosas nuevas. Vivía inquieto por aplicar a la enseñanza las novedades electrónicas que emergían tímidamente. Fue quien impulsó la idea de tener en cada salón de clase un parlante para dictar desde su escritorio charlas educativas, conferencias, o para realizar los programas en las celebraciones de los días patrios; gracias a esa innovación, tuvimos la oportunidad de acceder a hablar ante un micrófono; en aquel equipo recién inaugurado, disfrutamos de la oportunidad, por primera vez, de estar frente a ese aparato. Lo más importante de aquellas novedades era que, para adquirirlas, había que saltar sobre la pobreza de los presupuestos que no consideraban esas inversiones y buscar los fondos por todos los medios, superar esos escollos era una proeza.
Fue un impulsor espontáneo del ambiente grato para el alumno de la escuela. Con sus colaboradores fomentaba el cuidado de matas y jardines; nos enseñó a disfrutar de la bonitura de las flores y le apostó a infundirnos sensibilidad ante las bellezas de la naturaleza.
En pocas palabras, fue un gran maestro dedicado a su trabajo con la constancia y el entusiasmo de los que hacen de su oficio el motivo fundamental de su vida. Obliga repetirlo, fue un gran maestro.
Javier Gil Bolívar. Julio 21 y 2023
Estoy bendecido por haber tenido la oportunidad de conocer tan agradable familia, son las personas que quieres que Dios te las ponga en el camino.
A Olga Rodriguez un abrazo ? Es un ángel!
??con esa expresión la defino a ella»
Bendiciones para todos.
Muchas gracias señor Javier por tan hermosa crónica dedicada a mi tío Alfonso, por recordar a mis abuelos Andrés Rodríguez y Julia Cano, de quienes su descendencia, hemos ido sembrando los principios y valores enseñados por estos inolvidables seres amados. Que Dios le bendiga a usted , a su familia y a todos nosotros.
Javier: Cómo no recordar a uno de los grandes profesores de nuestra niñez.
Don Alfonso Rodríguez Cano, hombre rígido, pero amable y comprensivo con sus alumnos y dirigidos.
Lo recuerdo tanto, cómo a Don Manuel Arroyave, Don Gabriel Mesa, Don Francisco Gallego, Don Mauro , la señorita Josefina García, la señorita Elba Villa, su hermano Don Javier Don Alfonso Gómez y tantos otros que nos brindaron sus conocimientos, su amor y su amistad.
A todos ellos, Paz en sus tumbas y gracias por siempre.
A ti Javier, gracias, muchísimas gracias por darnos la oportunidad de recordar a nuestros seres queridos. Un abrazo