Crónicas del pueblo
Yo dormía en la habitación de nuestra casa que daba contra la acera (vivíamos en la calle de las Gradas, casi al llegar a la esquina donde residía Flor María Palacio, es decir, abajito de la carrera Galicia); todos los días, en mi remota infancia, oía los golpazos de los pasos de Donato al pasar raudo para la misa de cinco y media; normalmente iba con los minutos contados para estar a tiempo; cuando eso, él fungía como el corista de la iglesia y cantaba las misas (cantadas en ese tiempo), que empezaban, seguramente, con los resuellos que se le escapaban por las carreras con que llegaba, redundados esos jadeos por el ascenso de las escalas casi verticales. Sucedía a veces que el sacerdote encargado de la primera misa, debía enviar el acólito a la puerta de la sacristía a mirar si, Donato, ya había encendido las luces del coro, cuando no oía los acordes del órgano que anunciaban su presencia.
Después, años después, cuando mi papá me hacía levantar para asistir con él a la primera misa, puntualmente a diario, nos tocaba seguir a Donato o verlo pasar a las volandas por nuestro lado porque iba retrasado; casi siempre nos sobrepasaba en la parte más pendiente, en la acera donde fue la fragua de don Pacho Lopera, antes de empezar las gradas; cosa parecida sucedía también cuando madrugábamos con nuestro hermanito, después de que hizo su primera comunión que, además, al tocarle la levantada tan temprano, dejó fama, en todas las casas del recorrido, porque caminaba llorando por las aceras, casi entredormido.
Donato Ríos, estudió en el seminario de misiones, compañero de quien fuera magistrado, el doctor Jaime Betancur Cuartas; por ese establecimiento también pasaron, en épocas cercanas a la suya, Rodrigo Arenas Betancur y el hermano de Jaime, Belisario Betancur Cuartas, años después, presidente de la república. Donato, en el seminario, con las materias del pensum, también adquirió conocimientos musicales sobresalientes porque, entre los maestros misioneros, había buenos ejecutantes de instrumentos y algunos con voces privilegiadas. Interrumpidos sus estudios, muy joven, viajó a Medellín y tuvo su primera experiencia de trabajo en la iglesia del Perpetuo Socorro. Y, en la distribuidora de órganos Hammond, alternaba su capacitación en el manejo de esos aparatos con la atención al público; allí estuvo al lado de quien llegó ser el gran intérprete de la música colombiana, el maestro, Jaime Llano Gonzales. Poco tiempo tardó, Donato, para regresar al pueblo, lo esperaba el trabajo en el coro del templo de la Merced; reemplazaría a su capel master, don Quico Arizmendi, que fue padre, entre otros hijos, del doctor Octavio, ministro y gobernador de Antioquia y de don Darío quien ha sido periodista de Caracol.
Hacía pocos años que Donato era nuestro vecino, pero también sabía de él desde cuando fue fotógrafo, y residía en la calle Real. Allí, subiendo a mano derecha, casi al llegar a la carrera de la Boca del Monte, en la pieza del zaguán de la casa donde vivía, tenía el estudio y el laboratorio de la foto Don. En la puerta mantenía varios cuadros con las muestras de su trabajo, entre ellas estaban las fotos de las mujeres más lindas del pueblo con escotes generosos pero pulcrísimos que, Donato, como un artista de la lente, jugando con los blancos y los negros (solo disponibles en aquel tiempo), lograba hacer creaciones aprovechando las luces y las sombras para darles todo el esplendor y toda la dimensión de la belleza a los cuerpos que fotografiaba. A propósito: cuando la mamá de una de esas mujeres lindas, vio el retrato que le mostraba la hija con los efectos hermosos de las luces enfocados sobre su escote, solo se le ocurrió una palabra para desahogar su reproche: «descocada».
De la foto Don, que pervivió pocos años en un medio hosco o talvez pequeño para esas manifestaciones artísticas, quedaron muchos retratos que deben reposar en álbumes y archivos familiares que van desfogando la edad octogenaria, en ellos debe aparecer la muestra de la maestría del artista fotográfico que, armado de la intuición maravillosa, de la iniciativa constante, del aprovechamiento de poses que le aportaban detalles al fotografiado, y de algunos conceptos rebuscados en la poca información que traían los escasos medios existentes, supo descubrir los rasgos de las bellezas femeninas, especialmente, para mostrarlas a los que nada sabíamos o sabemos de apreciación fotográfica. En la misma forma, con los mismos aportes de su visión, retrató personajes, sitios, calles del pueblo, fenómenos naturales y después, cuando cerró el estudio, sobrevivió una pequeña muestra hecha de pasajes familiares y de gentes del pueblo, donde está recogido su interés, sumado a la habilidad suya para lograr en aquel tiempo el recuerdo de las personas con alguna importancia que apreciaríamos en los futuros inevitables que nos tocaron. De todo eso, hasta queda una foto que le hizo al padre Soto donde está eternizada la mirada transparente del levita cuasi santo.
Lejano al conformismo, Donato Ríos, buscó otra forma de agrandar el sueldo procedente de las cantatas parroquiales. Estudió conscientemente por el único medio de la época, las escuelas por correspondencia, y obtuvo nociones de lo que llamaban electrotecnia, cursos que respaldaron su trabajo en la reparación de radios, tocadiscos, amplificadores, primera manifestación popular de la electrónica en la mitad del siglo pasado. Esa era una actividad lucrativa porque los equipos que, apenas empezaban a llegar al pueblo, modulaban con base en los tubos al vacío y presentaban averías constantes. Para estar al día con las novedades electrónicas fue apurando sus conocimientos en la pequeña biblioteca que actualizaba con frecuencia.
Varios años combinó las horas libres de las actividades del templo con las reparaciones electrónicas. Muchas veces, cuando alguno llegaba a su taller, la pregunta habitual que le hacía, era si había oído doblar las campanas para un entierro; eventos que interrumpían sus trabajos en el banco de pruebas para cumplir con la obra de misericordia que manda enterrar a los muertos. Hablamos de un tiempo en que tener un teléfono en las casas del pueblo era privilegio logrado por muy pocos, usaban los aparatos de manivela. Era la época en que los entierros, de acuerdo con la capacidad económica de los dolientes, estaban clasificados en primera, segunda o tercera clase; a los de primera los acompañaban con las cantatas responsoriales en todas las esquinas hasta la bóveda en el cementerio; a los de segunda las hacían hasta la mitad del recorrido y para los de tercera solo había cantos o rezos, los despedían en el atrio de la iglesia. Para nadie había disponibilidad de coche fúnebre. Unos bulteadores del pueblo estaban contratados por las funerarias. A las carreras vestían uniforme y cachucha cuando avisaban los entierros, algunos a pie limpio, para hacer el carguío del tarimón con el ataúd. Recuerdo que, contaba, Donato, con horror y gracia, el miedo que sintió, en una de esas ceremonias, cuando se desclavó el ataúd y salió rodando el difunto campesino por las gradas pendientes de la iglesia.
Manejó, pues, Donato, esa actividad de radiotécnico con profesionalismo, fue un estudioso paciente y constante, siempre en la búsqueda de lograr la alta calidad de su trabajo. Muchas fueron las mejoras que introducía a los equipos que las merecían, al lograr adaptarlos al modernismo de la recepción y el sonido.
Transcurrieron algunos años, ocho o diez, qué sé yo, y Donato, proseguía sus servicios en el coro de la futura Basílica de la Merced, combinados con la actividad de la electrónica, pero ya había orientado sus inquietudes en la búsqueda de conocimientos en el campo de la transmisión radial. Su intención era armar un aparato transmisor que fuera el precursor, en el pueblo, de la experiencia para hacer por ese medio de comunicación, programas culturales que llegaran hasta los campos y las veredas. Fue largo y costoso el camino del estudio, la literatura sobre el tema y los materiales para armar esos proyectos eran escasos, la experimentación demandaba buen tiempo, paciencia y recursos para buscar las partes por las ciudades del país. No podía pensar en un transmisor de fábrica porque su costo, oneroso para la actividad no comercial, que era su proyecto, escapaba de su presupuesto limitado.
Prosiguió sus ensayos, daba los pasos apoyado sobre el terreno de los conocimientos que adquiría en las pruebas, era su precepto cumplir las normas de la transmisión radial: modulación limpia, sin frecuencias espurias, sin afectar la sintonía de las emisoras comerciales, con buena calidad del sonido. Fue larguísimo ese camino porque debió robarle tiempo al trabajo de las reparaciones y a las ceremonias del templo, estudiar para solucionar problemas electrónicos y tasar los ahorros para la compra de los materiales. Durante algunos años construyó prototipos que no satisficieron sus pretensiones, pero que le endosaban una buena cantidad de experiencias, acercándolo al modelo que buscaba. Un experimento con un transmisor de potencia mínima, pero con una modulación muy bonita, que solo permitía transmitir música, fue el primer contacto de Donato con la radio-audiencia del pueblo. Fueron muchas las alegrías y las voces de estímulo sentidas y dadas por personas ubicadas en las manzanas cercanas a su casa; hasta donde llegaba esa señal débil, había consenso entre quienes sentían la emoción de oír la música colombiana originada desde ese remedo de emisora.
Desde las primeras pruebas y ensayos fui testigo excepcional, yo iba hasta las casas a informar de la emisora; fueron las vecinas primero y, luego, cuando creció la potencia, hasta las más alejadas, hasta los confines del pueblo. Donde llegaba les decía: prendan a Donato, cojan a Donato y, en esas casas donde la hospitalidad mandaba, me ordenaban entrar a los cuartos de los matrimonios, que no fueron pocos, y de todas las condiciones sociales, a sintonizarles sus radios de tubos (que cuando eso no había transistores todavía) en la frecuencia de la naciente Voz de Yarumal.
Transcurrió otro tiempo de pruebas constantes, las gentes emocionadas mensajeaban y demostraban su admiración a Donato. En los lugares donde recibían la señal, dejaban escapar su entusiasmo, le pedían más horas de programación, más variedad en la música, más potencia del transmisor, cosa que llegara hasta donde era precaria la sintonía. Ante esa aceptación de los oyentes, era necesario diseñar un transmisor de mayor potencia que resistiera operación más larga y que sirviera para modular la voz y la música.
Prosiguió, Donato, con la idea de aumentar la calidad del transmisor. En el taller de un amigo radiotécnico, encontró un chasis en desuso que satisfizo las medidas para su proyecto. Emprendió los trabajos que embargaron meses de constante labor; días y noches de investigación, de ayunos y abstinencias, muchas horas dedicadas a los trabajos de ensamble, labores exigentes en planeaciones exactas para evitar errores en los cálculos eléctricos y electrónicos. Fue así como, después de sumar casi dos años sacados del tiempo permitido por sus ocupaciones para subsistir, terminó el equipo que sirvió por más de treinta años para las transmisiones de la Voz de Yarumal.
Lo más trascendental que acunó el nacimiento de la emisora fue el ambiente cultural que nutrió sus años de funcionamiento. Desde la gestación de la idea, no hubo pretensiones de redención económica; los primeros programas musicales pagados se dieron por iniciativa de algunos comerciantes que quisieron aumentar el conocimiento del nombre de sus negocios. Los programas y los mensajes comerciales fueron creciendo después e hicieron parte del desenvolvimiento de los negocios existentes o que nacieron por aquella época.
Durante esos años fueron radiados programas culturales, musicales, noticiosos, con dedicatorias, de campañas parroquiales, municipales, cívicas, de cooperativismo, deportivos; en fin: allí estuvo el padre Francisco Mejía con sus reflexiones diarias y con el programa semanal de los mercados para los pobres; los sacerdotes Jairo Mesa y Guillermo Melguizo en la promoción e información de los campeonatos de fútbol; por allí pasaron los aconteceres del pueblo con las noticias que ofrecía los domingos don Octavio Henao; también los informes cooperativos presentados por don Manuel Arroyave y don Javier Villa y tantos otros que la memoria olvida. Se les dio oportunidad a los aficionados al canto, a los poetas, a los declamadores, a los que dramatizaban cuentos de muy buenos autores; hubo espacio para programas del seminario y de los colegios.
Yo también, tuve la experiencia de participar en la programación de la voz de Yarumal, fue una oportunidad que me ayudó a superar una adolescencia inquieta, y más que los dineros que me pagó Donato, que siempre fueron generosos, recibí el mayor aporte de las iniciativas culturales y sociales que obtuve en la emisora, ellas han sido invaluables y fundamentales en el transcurso de la vida. Durante varios años hice algunos programas diarios en la noche y los domingos la programación de la mañana. Durante ese tiempo tuve muchísimas experiencias que refrescaron mi pequeño bagaje cultural. Hasta hicimos, con la iniciativa y la dirección de Donato, programas deportivos. Transmitimos partidos de fútbol desde la terraza de una casita al frente de la cancha del San Vicente; con Calocho, que impostaba la voz y remedaba con gracia la de algún comentarista deportivo famoso, salíamos al aire, yo hacía los comerciales; fueron aventuras inolvidables.
La voz de Yarumal marcó un hito en la vida cultural de nuestro pueblo, por allí pasaron personas importantes del país. Discurrieron personajes de la vida artística; los acontecimientos y celebraciones del pueblo se promovían desde sus micrófonos. La calle se llamó de la emisora y con su funcionamiento hubo espacio hasta para los mensajes campesinos que suplían las necesidades de las comunicaciones que hoy abundan.
No deja uno de pensar lo interesante que sería, para la memoria histórica de Yarumal, dar a esos equipos un tratamiento que no fuera el triste final de parar en la carreta de un reciclador. Esta idea de la emisora, quijotesca en su tiempo, fue de gran trabajo en su cristalización, merece recordarse como el aporte cultural de una persona que nutrió su vida de actuaciones. No ha de faltar una entidad municipal que tome como suya esta idea. Sería un gran recuerdo de quien, con todo, fue también un gran ciudadano.
Donato Ríos Zapata, gran realizador de iniciativas, tiene el gran mérito de haber aportado realizaciones que contribuyeron a traer a Yarumal novedades que disfrutaban solamente las ciudades. La pluralidad de sus conocimientos hizo que su herencia esté sacada de entre las varias disciplinas que cultivó, de cada una dejó un buen legado. Fue abanderado de ideas que ayudaron a fortalecer el progreso del pueblo. Por mi parte, no cejaré en mi admiración, a ella va pegado mi recuerdo agradecido.
JAVIER GIL BOLIVAR. Agosto y 2020.
Excelente persona. Cómo compañero que tuve la oportunidad de compartir con el no solo en nuestra institución sino también en el Liceo San Luis. Y qué decir de esos talentos que como músico y compositor tuvo La oportunidad de deleitarnos con su voz en la reconocida emisora. Dios lo tenga en su gloria
Javier, todos tus relatos son deliciosos. Tengo gratos recuerdos de Don Donato Ríos. Yo, como integrante del grupo musical «Los Nutabes», ensayaba con Diego León y Germán, en su propia casa, la misma que era la sede de «La voz de Yarumal». Maravilloso hombre, culto como el más, hasta profesor de francés, y de música, creo que fue.
Valioso relato sobre la vida y obra de un gran hombre, del Yarumal del siglo pasado; me uno a este homenaje, y doy mi voto a favor para que, esos equipos sean conservados, bien sea en la Casa Museo Juan N. Rueda del Señor Caído, o bien en la Casa de la Cultura Francisco Antonio Cano. Saludos y gracias por compartir.
Es para mí de mucho agrado saber lelmaravilloso hombre y ser humano, además muy bien parecido, que fue DONATO RIOS.
ME SIENTO MUY ORGULLOSA.
Ya que el es mi padrino de bautizo, junto con su esposa OLGA ROLDAN. Dicen que uno hereda cualidades de sus padrinos, espero en Dios que asi sea
yo soy OLGA INÉS PALACIO PALACIO.
NACIDA EN LA HERMOSA CIUDAD DE YARUMAL
CRIADA EN MEDELLIN.
Hija de PEDRO PABLO PALACIOS BETANCOURT.
Y LA MUJER MAS HERMOSA DE YARUMAL…….. CELINA PALACIO JARAMILLO.
Que gusto da tener personas como Javier que nos ayudan a mantener el hito de la historia de Yarumal contada de manera agradable y fácil de recordar me trajo a la memoria las escalas un punto central y obligatorio para llegar al centro.
Donato ríos un artista innato un vecino de siempre solo tengo Bellos recuerdos
Bien por Yarumal
Que lindo!