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OTROS EFECTOS DE LA PANDEMIA

Por la tarde, no había ninguna señal en el firmamento o en la tierra (como en Luna Roja de Roberto Arlt), que predijera lo que sucedería. El sol había hecho su curso normal durante el día y la luna empezaba el suyo normalmente. Todo había sido como de costumbre; pero, abruptamente, las premoniciones increíbles dieron el vuelco a las noticias pronosticando distintas cosas, como   que los chinos ya superaban la pandemia y los coreanos le hacían una buena resistencia al flagelo y trataban de mostrar optimismo; aunque los europeos, España, Francia e Italia, principalmente, luchaban para disminuir el número crecido de fallecidos.

       Por la noche, cuando comíamos, quedamos auto notificados de los primeros cuatro días de enclaustramiento obligatorio, y para completar, más tardecito, el gobierno nacional redondeó la medida con otros dieciséis días. Fuera de las catástrofes de salud y económica que nos esperaban, para mí también fue trascendental en otros aspectos porque desde esa noche parecía que no tendríamos la presencia de quien hacía la ayudantía en parte de las labores de la casa. Para mí, también fue un golpe azaroso porque esa medida acabaría, con toda seguridad, con las licencias que me había dado para evadir la participación activa en las labores domésticas.  

       Al otro día después del desayuno, me sentí más aludido al recibir la confirmación de lo comentado con unas advertencias, muy sutiles, de que nos quedaríamos solos por algún tiempo considerable y que sería muy importante mi colaboración espontánea en el lavado de los trastos por el efecto negativo que hacían los jabones en las manos de ella. Yo sudé frío, me estremecí con la nueva responsabilidad, pero inmediatamente estuve de acuerdo con aceptar y desplegar esa muestra efectiva de mi solidaridad.

      A propósito, repasé mi pretérito muy lejano, cuando en mi casa mi papá hacía la repartición de los oficios y me tocaba ese trabajo, y mucho más recordaba aquel tiempo, cuando él recurría a sus determinaciones de los castigos al tratar alguno de los tres hijos de buscar escabullirse de las obligaciones asignadas.

      Hice cuentas en silencio de los oficios que venía realizando hasta aquel día y no encontré alguno que justificara por su importancia, alguna excusa para negarme a realizar la nueva asignación para la cual había resultado apto, con las respectivas aclaraciones que debía continuar con los otros oficios que venía desempeñando. He aquí un resumen de mis obligaciones cotidianas: me levanto y tiendo la cama, abro cortinas celosías y ventanas, si las condiciones atmosféricas del día son propicias; recojo la ropa que va para la lavadora, riego las matas del balcón, saludo eufóricamente y sintonizo el radio para oír las noticias, le quito los seguros a la puerta, recojo el periódico y hago una revisión concienzuda del diario para leer en voz alta las noticias más interesantes; llevo las basuras hasta el chut, coloco el papel higiénico en el dispensador… Estos son los oficios que estaban en mi lista y que de ahora en adelante debía complementar con la lavada de los trastos; ah, y con la barrida y trapeada diaria de la cocina que he encimado voluntaria y espontáneamente.

        Bastaron unas instrucciones cortas para quedar posesionado del oficio: el uso racional del jabón, la utilización del agua caliente, el uso correcto de las esponjillas de acuerdo con el utensilio que se lavara, el manejo delicado de la loza para evitar desportillados, roturas o desorejamientos de los pocillos.

        Quiero dejar constancia de que no fui capacitado para el secado y acomodo de los trastos en sus lugares y que aún no he recibido esa instrucción.

        Los primeros días sólo me fue encomendado el lavado de platos, tazas y cubiertos; al poco tiempo, seguramente porque lo venía haciendo bien, aunque no se me dijera, me fue encomendado el lavado de ollas cazuelas y sartenes cubiertas con teflón, que requerían precaución máxima, y después el lavado de las cocas plásticas que, entre otras cosas, me pareció al principio que trajeran también las de los vecinos. Yo no sabía que mi mujer tuviera un surtido tan grande de esos elementos.

       Entonces, hice la provisión correspondiente del tiempo para realizar esa primera actividad del día.

      Hay algunas deducciones que he podido extraer de estas experiencias. Por ejemplo, yo creo que, para las mujeres, ni el David de Miguel Ángel ni el Endymion de Girodet ni el Pensador de Rodin ni el Mercurio de Jacobo Caraglio, para ellas ninguno de estos desnudos masculinos tiene una expresión erótica tan notable como la de su hombre cuando está lavando los trastos o tendiendo la cama. Lo digo porque mi mujer, con frecuencia, cuando pasa cerca de mí y estoy haciendo alguno de estos oficios, me toca la cola con cierta exquisites lasciva.

       Estas son parte de las otras consecuencias impensables e inmedibles que ha dejado el paso de la pandemia, pueda ser que a eso no le sumen más intríngulis para los que no estamos preparados y que debamos realizar con voluntad impajaritable para contribuir con la paz del mundo y de la casa, por supuesto.

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Publicado enCuentos

Un comentario

  1. Rodrigo Zuluaga Ruiz Rodrigo Zuluaga Ruiz

    Duro oficio el de lavar la loza y a pesar de ello, lo hago con alegría y gusto. Soy de los raros especímenes que lo hacen de es manera

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