No sé si todavía recordarás este incidente, estabas muy niño cuando eso. Sucedió en uno de aquellos primeros días en que nos daban el permiso para salir a pescar solos. Amaneciste en nuestra casa porque íbamos a madrugar. Antes de acostarnos gastamos algún tiempo en la organización de los morrales y en la limpieza y preparación de los equipos (Ha habido veces que nos da dificultad ponernos de acuerdo para separar lo que llevaremos, es tu costumbre querer alzar con todo lo que tenemos). Pasaste una noche regular, te vi despierto varias veces en el cambuche que hacías al lado de nuestra cama, la ansiedad por la pesca que se aproxima siempre te ha quitado el sueño durante la noche anterior a los viajes.
Salimos bien temprano, todavía estaba muy oscuro, apenas amanecía cuando llegamos al restaurante aquel donde desayunábamos y donde siempre sorprendías a los meseros porque pedías, a esa hora, huevos en cacerola con un vaso de leche fría. En fin, después fue un buen viaje, el día pintaba clarísimo y era fácil pronosticar que habría mucho sol.
Llegamos a buena hora al sitio de la pesca, organicé tu caña y rápidamente estabas haciendo los primeros lanzamientos. Siempre has tenido gran habilidad para bregar los sedales sin enredarlos, Al poco rato ya habías capturado dos piezas pequeñas que devolviste al agua, de acuerdo con lo convenido.
Fue una mañana de muy buena pesca, logramos seleccionar y utilizar los señuelos más exitosos para las especies de aquel lugar y disfrutamos de abundantes picadas. Estabas sorprendido y gratamente emocionado.
A la hora del almuerzo disfrutamos de un fiambre maravilloso que nos empacó la abuela. Aunque estabas impaciente por volver a lanzar, logré que comieras lo suficiente. Volvimos al agua y continuamos disfrutando de la eficiencia de nuestros señuelos; obtuvimos piezas de muy buen tamaño, seleccionamos unas pocas para el morral y rebosamos de satisfacción por la belleza de los animales capturados.
―Haceme un video ―me gritaste al pegar un animal que parecía de gran tamaño de acuerdo con lo que vimos cuando daba esos bonitos saltos en el agua. Al fin fue imposible capturarlo porque era de gran fuerza contra la resistencia del nylon que tenías en el carretel.
Ya estaba cayendo el sol, cuando te propuse que recogiéramos los equipos para preparar el regreso. Debí aplazar la decisión varias veces porque se acrecentó el pique y tus emociones eran grandísimas (además, nunca ha sido fácil convencerte de la finalización de una jornada de pesca), fue otro rato maravilloso. Poniéndome serio, al fin pude que transigieras y comenzamos a organizar los equipos para el retorno; pero, cuando miré para ver cómo ibas con el empaque, te vi entrar y sacar del agua a dos peces que se debatían con la muerte cuando los retirabas del agua para observarlos.
―Oye, muchacho ―te dije con tono irascible―, cuántas veces te he dicho que a los peces no se les martiriza cuando agonizan. Desde que empezamos a venir a pescar te he insistido que los animales debemos devolverlos al agua rápidamente; date cuenta que siempre llevamos unos pocos animales sin dejarlos sufrir. Es extraño que hayas olvidado las órdenes que veníamos practicando, bien te das cuenta del día de pesca tan maravilloso que logramos disfrutar. No me gusta esa actuación tuya.
Yo estaba descompuesto porque hiciste lo que no debías, varias veces habíamos hablado de la cuestión y estuviste de acuerdo. Rápidamente superamos aquel chasco, volviste sobre tu morral y refunfuñando terminaste de empacar tus cosas, parecías muy sorprendido, pero luego hiciste un gran silencio, un mutismo prolongado por una seriedad que no me permitía entablar diálogos ni intentar interpretaciones sobre tu actitud.
Emprendimos el regreso, el cansancio era visible en los dos; había sido un día muy trajinado con el complemento de la fatiga aportada por un sol muy fuerte. Rápidamente te quedaste dormido. Arrellanado en la silla del carro, buscaste comodidad al recostar tu cabeza en mi cuerpo; así dormiste a pierna suelta, creo que, durante media hora, de pronto despertaste, te reincorporaste con la velocidad de un resorte y rompiste el silencio de mucho rato.
―Abuelo, entonces ¿por desobedecerte, no me volverás a traer a pescar contigo?
No tenía tiempo de mirarte porque conducía, la pregunta me estremeció, pero la respuesta era obvia.
―Eso no está dentro de lo posible de mis decisiones, muchacho ―te respondí―. Tu eres mi compañero de pesca. Yo no soy capaz de salir a pescar sin ti.
Ambos callamos en un silencio cancelador de todos los disgustos. Ya te habías vuelto a dormir.
Después, la vida nos ha dado la oportunidad de salir a pescar juntos muchas veces.
Javier Gil Bolívar. Enero 22 y 2023.
Muy buena crónica como todas las tuyas Javier. Aunque no soy aficionado a la pesca, me pareció bello el relato. Gracias